De todas formas, conforme pasaban los
meses, más y más dudas se planteaban en mi mente: ¿Era esto lo que quería
hacer?, ¿Estaba bien planteada la carrera?, ¿Estaré haciendo lo apropiado en
estos lados? Estas preguntas, y otras similares me consumieron bastante durante
el año. Aun así, decidí quedarme y ver a donde me llevaba todo esto, esta
experiencia. Y no me arrepentí.
Con una buena cantidad de esfuerzo,
logré terminar ese primer año, cerrando todos mis ramos de forma apropiada, y
esperando el comienzo del segundo y último año académico. Y creo que he
aprendido y mejorado bastante como diseñador de juegos, aunque sigo sin encontrar
esa línea específica de desarrollo en la cual enfocarme completamente. De todas
formas, gran parte de mi conocimiento se debe a material teórico antes que a la
experiencia práctica y creación más dura de un juego.
Ahora, si llegaste a este párrafo, puede
que te preguntes por qué escribo todo esto. Intento no llenar este blog con
cosas demasiado personales, pero creo que este pensamiento en particular puede
que sea interesante de compartir. Y, de paso, así tener una entrada más que
colocar por acá, antes que las polillas se apoderen de todo el lugar.
Para aquellos familiarizados con el
medio, sabrán que el 2012 fue un año bastante caótico y movido en el área. Desde
las críticas al E3 por su enorme glorificación de la violencia, el caso del Tim
Schafer y su “Double Fine Adventure”, hasta la explosión de acoso y machismo
respecto al trabajo de Anita Sarkeesian y su “Tropes VS Women in Video Games”,
o el reconocimiento ganado por Telltale Games y sus juegos ciento por ciento
basados en la narrativa (que, por cierto, les recomiendo buscar, ya que se
tratan de casos muy interesantes).
Fue gracias a varios de estos casos —y más— que me percaté del potencial que el gamer tenía para hacer el bien,
pero así también el mal, actuando egoístamente. ¿Dónde trazas el límite a la
hora de jugar? Sarkeesian recibió montones de amenazas de muerte por sólo
plantear la idea de que los videojuegos son una actividad primordialmente
masculina y llena de contextos machistas. Amenazas de muerte por pensar más
allá del juego, por personas que también lo hicieron, pero en la dirección
equivocada.
Uno de los primeros textos que escribí
para este blog fue un análisis crítico al concepto del Gamer, como funciona en
sociedad y como funciona para nosotros mismos. Creo que esa ha sido la entrada
más comentada y querida de todas, sobre todo en los lugares donde la he
colgado. Pero debo decir que nunca he sido una persona que se mueva mucho por
esos círculos. O sea, posteo en foros y tengo varios amigos que se reconocen a
sí mismos como gamers, pero no voy un paso más allá. Si bien juego Pokémon en
un nivel más complejo que el estándar, no participo en torneos. Juego Starcraft
por la historia antes que por su competitivo gameplay. Demonios, ¡tengo una
cuenta en League of Legends desde hace más de dos años y aún no soy nivel 30!
Con una de las cosas que tuve que
convivir bastante el año pasado fue con gamers. Hardcore gamers, que llegaban a
las clases a hablar de su juego favorito de la semana y a jugar Counter Strike
en la red de la universidad. Jóvenes llenos de un potencial inmenso para el
área, pero que aún no se percatan de ello. O que están tan ensimismados en sus
gustos y preferencias que son incapaces de ver más allá de lo que tienen
enfrente.
Hubo un momento en particular en el cual
dejé de sentirme parte del mundillo gamer. Ya no reía de los mismos chistes, ya
no jugaba de la misma forma, ya no hablábamos en los mismos códigos. Ya no
disfrutaba lo mismo en las juntas y eventos. Me profesionalicé demasiado, y me
puse muchísimo más crítico que de costumbre. Y a veces he pensado que eso puede
llegar a ser algo malo, pero es una de las cosas que puedo hacer por la
industria.
Aun así, hubo un momento en particular
en el cual tuve que aplicar toda mi crítica: Durante el año, planteé un debate dentro
de una clase respecto a la glorificación de la violencia y la respuesta del
medio, utilizando un juego en particular —Spec
Ops: The Line—como ejemplo. Uno de los comentarios que más me dolió fue el de uno
de mis compañeros, uno de mis pares, preguntándome por qué debería importarle
todo eso que les comentaba "si sólo se trataba de un juego”.
Nunca he considerado el jugar como una
actividad demasiado seria. Sin embargo, considero a los juegos en general, y a
los videojuegos en particular, como una experiencia humana brillante y con un
potencial que recién ahora empezamos a ver y entender. Tantas historias que se
podrían contar, emociones que explorar y cosmovisiones que exponer. Tanto potencial
que se desperdicia por nuestra misma incapacidad de tomarnos en serio el acto
de jugar en vez del juego en sí.
Los mismos Gamers reconocen a los juegos
como la herramienta perfecta para el escapismo, para desconectarse de la vida y
la realidad por un momento, para engañarse con una fantasía entregada por
gráficos y comandos, sin intentar entregar algo más cuando sueltas el control.
Me tocó ver cómo esos mismos chicos con enorme potencial se perdían y
encerraban en esto, sin querer aprender nada o explorar las posibilidades que
estas fantasías les entregaban.
Puedo respetar esa posición. Fue gracias
a los juegos que gran parte de mi mundo se expandió, que tomé el camino de la
profesión de Diseñador de Juegos, que encontré y me sentí en comunidad cuando
ninguna otra puerta se abría para mí. Pero esta puerta en particular se abrió,
y el mundo gamer se expandió enormemente. Los jugadores casuales, los juegos
para celular, las consolas con sensor de movimiento, la aceptación social del
videojuego como industria del entretenimiento…
Los gamers poseen una poderosa cultura,
pero ya no se la pueden quedar para ellos. En lo personal, necesito abrirme a
nuevas culturas, nuevas visiones y, sobre todas las cosas, nuevas historias que
contar y que el gamer no se permite explorar.
Suelen preguntarme qué es lo que
necesita un buen Diseñador de Juegos. Y suelo responder, entre muchas otras
cosas, que necesita una vida equilibrada y bien vivida.
Y creo que eso es lo que necesito en
este momento.
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